martes, 31 de julio de 2012

Santuario

Según la definición, santuario es aquel lugar valioso e importante para una persona; pero ¿qué pasa si no se tiene un lugar así pero si se necesita desesperadamente? Yo no había necesitado un santuario, y jamás lo he tenido de cualquiera manera, pero siempre llega ese momento en que las situaciones me superan, que sin importar dónde esté, no tengo un espacio para mi, y es cuando el estrés, tristeza, y ansiedad invaden mi ser. 


Estar en una casa y no sentirla tu hogar puede cambiar incluso el humor. Yo, aquí, no tengo un espacio para mi, pero yo tenía algo que valía más: un buen libro, música en todo momento, una agradable compañía en las noches y siempre el saludo de una gran amiga. 


Quizá para cualquier persona eso le sea insignificante, pero no para mi; todo eso me hacía sonreír, me daba fuerzas para enfrentar el día siguiente, para no sentirme sola y decirme en la mañana "hoy no te vencerán". Me hacía feliz. 


De cierta manera me hice dependiente a ello, la música y la lectura en grandes dosis, libraba a las personas de mi alrededor de ser agredidas por mi mal carácter; así como pasaba de ser buena a mala, así podía cambiar de lo malo a lo bueno, y era una forma de controlarme. Si, muy dependiente me hice. Ahora, ya no lo tengo en la misma cantidad; no he escuchado música desde hace una semana, al igual dejé el libro inconcluso, y, desgraciadamente, me hizo sentir débil. ¿Qué hago entonces? Si me despierto y no logro ubicarme, si siento que el día va pasando y yo no tengo nada.


Crear un santuario interior, uno que sin importar a dónde vaya, quién me rodee, o como me encuentre.. nadie me podrá quitar. Uno que me ayude en vez de destruirme. 


Ojalá supiera cómo...

Benditas manos.

Una vez me preguntaron, y ya he comentado en varias ocasiones, qué parte de mi cuerpo me gusta y cuál me desagrada más. Fácil es la respuesta: Lo que más me gusta son mis ojos; y lo que menos, mis manos. Lo curioso es que mi vista es pésima debido a problemas congénitos y agraviados por un accidente a los tres años de edad; y respecto a mis manos, bueno, Dios me bendijo con manos aptas para las artesanías/manualidades.

Quien me conoce sabe de sobra que parte de mi vida es tejer, hacer flores, muñecos o cualquier cosa de foamy (o goma eva); que tutorial que vea en Internet, es el mismo que me propongo ponerlo en práctica. Y si, efectivamente es una de las actividades que más me llenan, me relajan y que lo haría las veces que me de la gana siempre procurando superarme a mi misma. 

No me gusta presumir lo que hago, pero que vean y admiren mi trabajo es algo que me llena de orgullo. Hace unas semanas vi el tutorial de cómo tejer una boina con agujas. Bueno, nunca antes había trabajado con agujas para un proyecto tan complicado, pero lo hice y el resultado fue satisfactorio. Eso es lo que me hace continuar, ver, hacer y después superarme.

¿Que si me siento orgullosa de mis trabajos? Totalmente.

Pero hace unos días con pesar y vergüenza tuve que admitir que ya olvide cómo hacer Origami. Y es algo que no logro explicarme. Siempre hacía arañas, murciélagos y demás muñecos de papel para que mi abuela decorara su ofrenda en Halloween; o hacía todo tipo de adornos para Navidad. Pero ahora, ya no recuerdo cómo hacerlos.

En la Secundaria llevé un taller llamado "Economía del Hogar" y aprendí a cocinar, tejer, bordar, origami, tarjetería española y repujado, entre otras cosas. Y ¿cuántas actividades sigo practicando? pocas. 

Ahora me pregunto ¿porqué no continuar?, ¿porqué no seguir aprendiendo? Si, quiero aprender, quiero hacer todo lo que me pongan enfrente; tomar cada momento, convertirlo en algo especial y conservarlo siempre, hacerlo parte de mí, de mi talento.

Sobre todo quiero aprender para enseñar. De nada sirve un talento si no es compartido, si no une a las personas. Quiero que un día mi sobrino y mis hijos o cualquier otra persona vengan a mi y me digan "Quiero hacer esto y aquello" y yo responda "ven, yo te ayudo". 

Otra meta. Eso deseo de corazón.